domingo, enero 23, 2011

Los Hombres de mi vida

No se la causa aún de este fenómeno, si porque crecí en un medio con personas mayores a mi edad, lo que salvo las horas de colegio era lo que me rodeaba, o porque he ido a través del tiempo desarrollando, debido a mi historia personal, esta personalidad compleja para algunos, muy sencilla para otros, entretenida para mí, pero mis relaciones siempre han sido más proliferas con personas mayores o menores que yo, especialmente con el género masculino.
Recuerdo mis años de estudiante de preparatoria en donde por motivo de la creación de una revista interescolar conocí a muchos amigos del CUM, Modelo y Roger's Hall, los que perduraron algunos años después de desaparecida la revista, viniendo a casa a conversar por horas los sábados por la noche, nuestras charlas sobre política, cultura y cualquier cosa que saliera al paso eran francamente apasionadas y están presentes en mí.
En estos días que el calendario marcó la fecha de mi cumpleaños, el que hasta este año celebraba por 3 semanas –una antes de la fecha, la semana de la misma y una después- y que por caprichos del trabajo limitó en esta ocasión el festejo a un solo día, me vi confrontada a que esa celebración fuera algo que supliera plenamente la cantidad y que me llevó a comprender al fin, lo que es el tiempo de calidad.
Pensando y pensando como celebrarme, decidí reunir a aquellos varones que han estado por años en mi vida presentes, todos de diferentes edades, caracteres y visiones del mundo; todos ellos con un elemento en común, son buenos seres humanos, lo cual pareciera simple, pero que es muy difícil de encontrar especialmente el momento actual.
Me reuní con seis de ellos, tres no pudieron estar presentes.
Los seis festejantes se han ido conociendo al paso del tiempo por medio de una servidora y sin compartir más que reuniones esporádicas, al estar juntos me quedo observándolos porque forman un todo, una unidad la cual pareciera esculpida de manera perfecta.
Uno de ellos es el más callado, ermitaño, sensible, con grandes habilidades natas para la informática, algo tímido aunque su diablito interior eventualmente lo hacer cometer travesuras de las cuales he sido receptora en múltiples ocasiones.
Otro es alto y erguido, aunque tiende a parecer desgarbado en su caminar, es sociable, analítico, muy recto en su labor como profesional, une y a la vez no se calla nada de lo que quiere decir a quien se lo desee decir.
El tercero, no en importancia, es un caballero de esos que de tan caballerosos, eventualmente quisiera uno decirles “¡suéltate!”; académico reconocido, profesional respetado, amigo discreto y sereno.
Siguiendo, está el más nuevo el que como la mayoría de los otros es un exalumno mío, posee una inteligencia zagas envidiable, criterio asombroso, responsable en sus compromisos y una ironía en la que eventualmente, hay que repensar para darte cuenta de la ráfaga que lanzó.
Otro es el más cotidiano, pues comparte conmigo horas de trabajo y compañía, despistado, un tanto desfocalizado por la menor distracción pero de sensible inteligencia, desea a toda costa hacer las cosas tan bien, que se enreda en sus propios pensamientos; cariñoso, simpático hasta caricaturesco, levemente infantil, perfil sin el cual no podríamos –él y yo- correr tremendas aventuras, entablar diálogos sobre la observación de las personas que tienen la mala suerte de cruzar por nuestro campo visual cuando andamos de críticos sociales.
Me regalé estar unas horas con los hombres de mi vida, todos puntuales a la convivencia que de simple comida paso a casi cena. Pareciera que el tiempo no pasaba, reímos, hablamos, nos dijimos de cosas, nos preocupamos por los asuntos mutuos, en fin que compartimos más allá del pan y el tiempo, compartimos nuestras vidas y sentimientos.
Nunca imagine que festejar mi nueva edad con los hombres que llenan mi día a día pudiera ser tan grato, placentero y trascendente.
De los tres ausentes, dos no estuvieron debido a la distancia.
Uno es mi Rey de Chocolate, un hombre de familia, bueno, servicial, trabajador, afectivo y afectuoso quien me aceptó en su círculo y en su casa desde el primer minuto que nos conocimos y aunque estemos separados por miles de kilómetros, el sólo oír su voz por vía telefónica me hace llegar la sensación de su cariño paterno, me recuerda cuánto hemos aprendido juntos a escuchar.
El segundo se encontraba en la última parte del mundo que yo hubiera imaginado, haciendo lo menos propio que esperábamos, pero muy razonable finalmente por su trabajo; sin embargo compartí su gran genialidad e hilaridad, en los mensajes que intercambiamos. 
De él como de Benson and Hedges, todo ya está dicho en este espacio.
El tercero no sabe que es un hombre de mi vida, más su esposa y yo tenemos un pacto de tiempo compartido muy razonable.
Lo quiero por ser un hombre bueno, sensible, compartimos a Sabina, la pasión por el arte; al conversar con él siento la paz que ha adquirido a fuerza de creer en la vida, lo cual a mí me estimula a levantarme cuando me siento caer.
Soy una mujer de muchos hombres, que son y están cuando los he necesitado.

No soy actriz, no soy una belleza, no guardo joyas ni fortuna algunas, más soy millonaria de tanto cariño que me rodea.

jueves, enero 13, 2011

Amor incondicional y sin limites

A veces nos preguntamos si alguien nos ama, es más, a veces preguntamos insistentemente si nos aman, de hecho nos sentimos que es necesario darnos y dar para merecer ese sentimiento.
La verdad es que sentimos que solo si somos amados mucho y por muchos encontraremos la aceptación y nuestro espacio.
En estos días leyendo al Dalai Lama y a Osho, medite nuevamente sobre el amarnos a nosotros mismos, es tan difícil observarnos milimétricamente, reconocernos y aceptarnos para entonces en plenitud de conocimiento amarnos.
Es complejo, porque nos es más fácil dar tiempo a alguien más y así sentir que esa persona nos apreciará, que sentarnos a darnos tiempo a nosotros mismos y pensar sobre nuestros deseos, ilusiones y acciones; el sentarnos a revaluar nuestro existir es peligroso porque nos obliga, nos lleva a tener que ver todo acerca de uno y no poder decir que no llegamos a donde imaginamos por alguna razón distinta que nosotros mismos.
Eventualmente, somos indirectamente responsables de nuestro dolor, si estamos inseguros por algo, sufrimos, nos enojamos con nosotros, nuestra autovalía decrece, sin embargo no pensamos que si nos encontráramos con un niño temeroso por ir a su primer día de escuela o por nadar por primera vez sin flotadores, nos acercaríamos cariñosamente, le explicaríamos de que se trata, le pediríamos que viera cuantos niños mayores van al colegio sin temor y cuantos están nadando felices.
¿Por qué somos capaces de acallar el temor y la inseguridad en ese niño, pero no somos capaces de darnos ese tiempo, esas palabras de aliento a nuestro ser interior?
Hablarnos y recordar nuestras capacidades, nuestro poder, nuestra sensibilidad.
Y justo con ello retomar la necesidad del dar, dar y claro que seguramente nos encontraremos con personas que solo desean recibir y recibir, eso también existe y, eventualmente, si se relacionan en cualquier dimensión ese tipo de personalidades contrarias, encontraremos insatisfacción en el que da, y cierto desprecio y falta de valoración de quien recibe hacia el que está dispuesto a darle.
No podemos, en plena conciencia llegar a amar y darnos a alguien sin antes lograrlo con nosotros, en una relación, insisto consciente, donde de mi alma y mi mente sale el darme en una gesto del pecho a la cabeza y hacia el otro, y no solo darme de mi interior al otro sin la conciencia de que me doy sin permitirme crecer.
Por tanto y en consecuencia, cada vez seré más temeroso y dependiente de los sentimientos de quienes reciben de mí para reafirmar mi yo.
Es confuso y pudiera parecer hasta egoísta, pero en la medida que vamos acabando con nuestro interior a fuerza de darnos, nos sentiremos seres cada vez más inferiores, con más necesidad de reconocimiento.
Por eso es importante amarnos a nosotros mismos y consecuentemente fluir en el amor hacia los demás; a veces nos perdemos en el amar, amamos tanto, damos tanto, que nos olvidamos de nosotros mismos, de nutrir nuestro espíritu, de reconocernos y aceptarnos.
Tenemos que encontrar ese amor interno, para poder amar a los demás, para poder acompañarlos, reír con ellos, sentir con ellos, darles compasión.
El Dalai Lama define la compasión como la capacidad de salir de nuestro interior, envolverte en las circunstancias, emociones, situaciones y sentimientos del otro, sentir plenamente lo que el otro siente y ser capaces de regresar a nuestro yo interno y darles paz.
Cuántas veces hemos dicho la frase: “Comprendo cómo te sientes” y recibimos en respuesta una mirada que eventualmente replica: “Lo dudo”.
Y es que no podemos sentir lo mismo, a menos que nos pongamos en todas sus circunstancias, aceptándolas aun cuando no estemos de acuerdo con ellas, pero posesionándonos de ellas para entonces de verdad sentir su dolor, en la forma e intensidad en que lo está sintiendo.
El amor pleno e incondicional, proviene de nuestro propio reconocimiento y amor a nosotros mismos, en plena aceptación y con la mirada hacia nuestro interior, ese sitio que nos dice dónde estamos y que deseamos, acompañándonos, siendo compasivos con ese ser interior, entonces podremos darnos a nuestro entorno y lograr un balance, donde seamos plenos tanto hacia nuestro yo interior como al darnos a los demás, de otra manera solo es el deseo de no ver lo evidente, y buscarlo en la mirada ajena.

Sistema Educativo en Japón

“Futoji no Henko”,  "El cambio valiente" Se ha probando en Japón desde 2012, un revolucionario plan piloto llamado “Cambio Va...