
A unas horas de que el huracán Wilma se ha alejado de las costas de la Península de Yucatán inician los recuentos del daño.
Yo que he nacido y vivido en ésta parte de México en donde de junio a noviembre de cada año tenemos el período ciclónico, que viví la llegada de Gilberto e Isidoro, nunca ni en mis mas profundos recuerdos y temores de esos momentos he sentido esta desazón que siento en este momento, y no encuentro como explicarlo.
Por un lado, a pesar de estar en alerta roja y resguardados, los habitantes del estado de Yucatán, particularmente de Mérida (que es mi ciudad) no tuvimos más que estar, prepararnos y mantenernos informados.
Hoy la verdad me abruma veo las imágenes de la zona de desastre en Quintana Roo, y pienso cuanto se ha llevado Wilma con ella.
Pienso en tantos amigos, tanta gente querida que vive y trabaja en esa zona y me pregunto ¿cómo estarán?, ¿cómo ayudar?, ¿qué hacer?
Y por igual me indigno ante las discusiones peregrinas de que si Chiapas está peor que Cancún, que si merece más ayuda Chiapas que Cancún, el sólo oírlo me irrita, quiero preguntarme, ¿qué acaso no todos son mexicanos?, ¿qué acaso dejamos a un hermano en desgracia por correr a atender al otro?
Si algo caracteriza a ésta sociedad mexicana es su capacidad para sobreponerse a los embates del destino, cierto que últimamente la naturaleza se ha cobrado varias cuentas juntas, cierto también que tenemos la fuerza, el carácter y el alma para dejar las cosas mejor que lo que estaban, partir de lo que hay para terminar con algo superior, en todos los ordenes, en todas las zonas.
Gran reto para la sociedad civil y para el gobierno a todos los niveles, uno deberá ser colaborador y vigilante, el otro deberá esforzarse al límite de todo su potencial para justificar su existencia.
Por lo pronto emprendamos cada quien desde nuestro sitio y posibilidades una acción de hermandad.
Fotografía: Diario de Yucatán