Las recientes encuestas y reportes económicos que se han publicado en prestigiados medios de información nos revelan que hay zonas de nuestro estado, que son comparables en pobreza y subdesarrollo con algunas del continente Africano.Estos datos me remueven muchos ámbitos de pensamiento.
Primero debo de aclarar que no debemos basarnos para opinar en sólo las interpretaciones estadísticas pues bien dicen por ahí que las estadísticas son como el bikini: muestran todo, menos lo fundamental.
En principio, el que un país, particularmente una zona como la nuestra, que en una época vivió momentos de esplendor, se encuentre postrada ante el clientelismo político y gubernamental, propio del sesgo que ha tomado la forma de visión y gestión del sector público y de buena parte del sector privado más influyente, no nos augura algo positivo, según mi visión, a corto plazo.
Pero no me quedaré en ese punto, creo firmemente que tanto yo como tú y como aquel, somos responsables de que familias enteras se encuentren en la situación de pobreza extrema a unos cuantos kilómetros de nuestras propias viviendas.
Si bien los pueblos tiene los gobiernos (que en realidad son los servidores públicos) que se merecen, así mismo la sociedad mexicana en la que vivimos tanto a nivel macro (como país) como a nivel micro (regional –estatal) es reflejo de quienes la conformamos.
No hay salida, ¿Acaso existe quien se atreva a negarme que no se encuentra cuando menos tranquilo porque aquel diputado, secretario general de un sindicato, oficial mayor o subdirector de área es su pariente de sangre, político o de cariño? Y que, al estar en funciones, el resultado de su gestión, nos parezca perfecto o no, nos callamos, en parte para no generar olas debido a que habiéndolas generado –las olas- ya no esté tan disponible (el pariente) para algún futuro favor que pudiéramos requerir de el.
La actual situación económica y la social mexicana pareciera que está cimentada en la misma visión que la de los criollos, hijos de aquellos conquistadores españoles que iban a reclamar tal o cual derecho o alcaldía en nombre de aquel padre o pariente que participo en dicha etapa histórica.
Nos quejamos de lo que sucede, más al mismo tiempo rezamos porque se nos haga el conecte.
No hay congruencia, nos quejamos, pero no procedemos en consecuencia, no votamos y nos la pasamos entre sonrisas y halagos tanto con melón como con sandía, con el fin de no comprometernos.
Como estamos “indignados”, nos dedicamos a desobedecer –nuestra versión mexicana de la resistencia pacifica de Gandhi- no pagando impuestos, no respetando las señales, no cumpliendo con mi horario de trabajo, no terminando mis compromisos en los plazos debidos; no cumplo, no respeto, pero eso si, me paso la vida exigiendo: “respeto y que se aplique todo el peso de la ley” sobre quienes delinquen, siempre y cuando no sean parientes o personas de nuestro circulo cercano.
Entonces ¿somos o nos parecemos?
Los mexicanos queremos vivir como los holandeses pero no pagar los impuestos que ellos pagan con toda religiosidad; queremos ganar medallas en las olimpiadas más nos la pasamos en la grilla atlético-directiva los cuatro años de preparación, en medio del culto a la personalidad que hace que a un atleta que logra un sencillo objetivo lo alabemos como consecuencia de nuestra falta de lideres a quien admirar; de nuestro temor proveniente de una falta de seguridad para desarrollar nuestro propio liderazgo.
Hace algunos años tuve la oportunidad de tener como alumno a un joven inteligente, de gran rendimiento académico, con personalidad, facilidad de palabra, dotes de liderazgo y con gran inquietud política.
La vida le brindó la oportunidad de realizar estudios de posgrado en una prestigiosa institución académica y de ganar experiencia en el campo de la administración pública.
Alguna vez al reencontrarnos descubrí que lo vital y más valioso que había en él se había perdido: el pudor.
Al tocar el tema de la pobreza (y hablo de hace 10 años) me replicó con socarrona altanería e irónica sonrisa a un cuestionamiento que le hice sobre la política económica y la influencia del “cambio” que requería nuestro país y que ofertaba su opción partidista: “Paty, por mucho que me digas, la cosa no esta tan grave, nosotros no estamos como en África”.
Al tocar el tema de la pobreza (y hablo de hace 10 años) me replicó con socarrona altanería e irónica sonrisa a un cuestionamiento que le hice sobre la política económica y la influencia del “cambio” que requería nuestro país y que ofertaba su opción partidista: “Paty, por mucho que me digas, la cosa no esta tan grave, nosotros no estamos como en África”.
A ese respetado y muy querido exalumno le cuestiono hoy: Efectivamente no estábamos como África, pero ya estamos pareciéndonos.
¿Y ahora?
1 comentario:
Compararnos con poblaciones de África, me parece exagerado hasta ahora, pero al paso que vamos, seremos más pobres que África, pues tener tierra y agua para trabajar, y asi morir de hambre o desnutrición??? es increíble.
Tuve la fortuna hace 22 años de convivir con una familia en Dzitás; casita de paja, paredes de barro y varillas, pero hacendosa en el trabajo de la tierra. Aprendí a desgranar el maíz, a hacer el nixtamal, a almacenar el maíz para tener todo el año, la siembra.
Desde hace 5 años vengo notando que ese trabajo de autoconsumo a disminuido, y esta población de campesinos, o de pobres, los han vuelto más pobres con los programas asistenciales, se esperanzan en el dinero que les entregan, dejan el trabajo de la tierra, y con la mentalidad de que ellos "son los pobres y el gobierno los ayudan", se van conviritendo en parásitos. Como dices; clientelismo político.
mm
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