Todos los que compartimos este blog asumo que lamentablemente hemos sentido en carne propia o en la de de algún conocido, el que en estos últimos tiempos haya sido victima de algún tipo de violencia física o psicológica, ya sea intrafamiliar, en el ámbito laboral, en el aspecto escolar, social o de la aplicación de la ley.
Situaciones que antes eran impensables, ahora son nuestros más profundos pendientes.
En un pasado no tan lejano, veíamos por televisión a los niños africanos con hambruna, las inundaciones y el hambre en Biafra, los observábamos en los noticieros como algo ajeno, lejano, situaciones que finalmente sentíamos que no tenían que ver con nosotros y que probablemente eran provocadas por razones estructurales de sus propias regiones.
Vivimos con sorpresa el terremoto de la ciudad de México y el huracán Gilberto.
Algunos pensamos: “Bueno algún día algo nos tenía que pasar”, desde esa visión apocalíptica y cíclica sembrada en nuestro inconciente colectivo producto de nuestra influencia indígena, similar a lo que los nativos de estas tierras sentían que era lo que provocaba el calor de la sangre humana en el dios sol. Ahora, abrimos el periódico, revista o pagina Web y descubrimos que la nota roja prácticamente ocupa gran parte de los mismos, puesto que las violaciones a los derechos humanos, los secuestros infantiles, las violaciones sexuales, la pederastia desde el ámbito religioso, el canibalismo humano y político, todos esos sucesos son también noticias de nota roja, aunque se presenten como notas nacionales o internacionales.
Esos hechos, hechos humanos inaceptables, se suceden con mayor frecuencia en estos tiempos, mucho más de lo que de lo que quisiéramos saber y que seguro sabemos.
Situaciones que antes eran impensables, ahora son nuestros más profundos pendientes.
En un pasado no tan lejano, veíamos por televisión a los niños africanos con hambruna, las inundaciones y el hambre en Biafra, los observábamos en los noticieros como algo ajeno, lejano, situaciones que finalmente sentíamos que no tenían que ver con nosotros y que probablemente eran provocadas por razones estructurales de sus propias regiones.
Vivimos con sorpresa el terremoto de la ciudad de México y el huracán Gilberto.
Algunos pensamos: “Bueno algún día algo nos tenía que pasar”, desde esa visión apocalíptica y cíclica sembrada en nuestro inconciente colectivo producto de nuestra influencia indígena, similar a lo que los nativos de estas tierras sentían que era lo que provocaba el calor de la sangre humana en el dios sol. Ahora, abrimos el periódico, revista o pagina Web y descubrimos que la nota roja prácticamente ocupa gran parte de los mismos, puesto que las violaciones a los derechos humanos, los secuestros infantiles, las violaciones sexuales, la pederastia desde el ámbito religioso, el canibalismo humano y político, todos esos sucesos son también noticias de nota roja, aunque se presenten como notas nacionales o internacionales.
Esos hechos, hechos humanos inaceptables, se suceden con mayor frecuencia en estos tiempos, mucho más de lo que de lo que quisiéramos saber y que seguro sabemos.
En consecuencia a fuerza de repetición y explotación en los medios masivos, lo vamos asimilando, pareciera que hasta ya nos vamos acostumbrando a que lo natural sea tener miedo, desconfiar, no reír lo suficiente porque podemos llorar; nos vamos yendo instintivamente hacia acciones y conductas que parecen normales, como reacción a estas fuerzas violentas que nos golpean de afuera hacia adentro, mas lamentablemente, también ya hay acciones que son protagonistas de eventos de dentro hacia fuera; nos vamos situando en que lo natural es accionar para sobrevivir, es decir, no es vivir plenamente, es hacer lo necesario para sobrevivir, que no es lo mismo.
¿Cómo influir en nuestros niños para que logremos un cambio en el inconciente colectivo y en nuestra sociedad?
Primero debemos distinguir entre el bien personal y el bien publico.
Sobre el primero estoy convencida de que debemos creer en nuestro propio valor, valor para ver nuestra realidad, el valor para no sufrir por el pasado, no desesperarnos por el futuro, simplemente entregarnos con fuerza al ahora.
Sabernos capaces de poder influir en nosotros mismos para cambiar de adentro hacia afuera, vernos en el espejo y decirnos: “voy a creer en mi fuerza interior”, que me llevara a marcarme metas, con objetivos parciales, que me vayan guiando hacia un entorno mas armónico sin esperar a que el otro cambie, porque nadie cambia, a menos que exista una fuerza suficientemente relevante que lo impacte para lograr ese cambio.
Por lo que finalmente solo nos quedamos con la responsabilidad sobre el cambio personal, de nosotros mismos, y ese es el verdadero reto, puesto que es más fácil pararnos a perseguir el cambio de los demás hacia nuestra visión, que cambiar nosotros y responsabilizarnos de nuestras propias acciones.
Sentir que cambiando yo, estoy logrando un objetivo valioso, dejar que los demás entiendan estos conceptos a su propio ritmo y en su propia escala, es golpear nuestro ego, es desdoblar nuestros pensamientos y nuestra visión acerca de nosotros mismos y nuestra misión como personas.
El entorno público es un estadío diferente, que se establece a partir del cambio individual, pues no puedo interesarme en los sucesos colectivos, si primero no estoy conciente de mis propias verdades y responsabilidades.
Lo colectivo nos lleva a las situaciones sociales y por obviedad al servicio que la sociedad paga a miembros de la propia comunidad para que ejecuten las acciones pertinentes en beneficio de la mayoría, para que exista una aplicación de la ley coherente y congruente, una misma ley, clara e igual para todos; y un grupo de tribunos ocupados en determinar las áreas de oportunidad y de preservar el equilibrio entre lo que la sociedad requiere y los que el ejecutivo y el ámbito judicial realizan.
Que la ley y los beneficios sean homogéneos, logrando con ello una sociedad menos polarizada entre una inconciencia irresponsable acerca de la obligación de contribuir a la hacienda publica, como parte de la redistribución del ingreso; la inquietud por saber quienes conforman las opciones para representarnos y servirnos, enterarnos de sus propuestas y asistir a depositar nuestro voto, como punto de partida para legitimizar un proceso que en la actualidad es mas un intento de democracia que una realidad hacia la trascendencia de vivir en la misma.
Alzar nuestra voz sin temor y de manera oportuna y pertinente, ante incompetencias y desaciertos que hacen que nuestro entorno cada vez sea más negativo, creando una juventud desesperanzada y cínica.
Cuando voy por las calles y veo en estos días a esos grupos juveniles encamisetados, embanderados y con música, tratando "animar" la política, bailando ritmos ajenos -¿Por qué batucada y no jarana, me pregunto?- ellos ciertamente están recibiendo alguna retribución por su actuar, pero a la vez, están aprendiendo en directo como no se deben hacer las cosas del bien común.
En mi visión debemos de dejar de pensar que el pasado fue mejor, no estemos esperando que regrese algún simulo de Quetzalcoatl, tomemos nuestro destino bajo nuestro control en este momento, y preguntémonos:
Primero debemos distinguir entre el bien personal y el bien publico.
Sobre el primero estoy convencida de que debemos creer en nuestro propio valor, valor para ver nuestra realidad, el valor para no sufrir por el pasado, no desesperarnos por el futuro, simplemente entregarnos con fuerza al ahora.
Sabernos capaces de poder influir en nosotros mismos para cambiar de adentro hacia afuera, vernos en el espejo y decirnos: “voy a creer en mi fuerza interior”, que me llevara a marcarme metas, con objetivos parciales, que me vayan guiando hacia un entorno mas armónico sin esperar a que el otro cambie, porque nadie cambia, a menos que exista una fuerza suficientemente relevante que lo impacte para lograr ese cambio.
Por lo que finalmente solo nos quedamos con la responsabilidad sobre el cambio personal, de nosotros mismos, y ese es el verdadero reto, puesto que es más fácil pararnos a perseguir el cambio de los demás hacia nuestra visión, que cambiar nosotros y responsabilizarnos de nuestras propias acciones.
Sentir que cambiando yo, estoy logrando un objetivo valioso, dejar que los demás entiendan estos conceptos a su propio ritmo y en su propia escala, es golpear nuestro ego, es desdoblar nuestros pensamientos y nuestra visión acerca de nosotros mismos y nuestra misión como personas.
El entorno público es un estadío diferente, que se establece a partir del cambio individual, pues no puedo interesarme en los sucesos colectivos, si primero no estoy conciente de mis propias verdades y responsabilidades.
Lo colectivo nos lleva a las situaciones sociales y por obviedad al servicio que la sociedad paga a miembros de la propia comunidad para que ejecuten las acciones pertinentes en beneficio de la mayoría, para que exista una aplicación de la ley coherente y congruente, una misma ley, clara e igual para todos; y un grupo de tribunos ocupados en determinar las áreas de oportunidad y de preservar el equilibrio entre lo que la sociedad requiere y los que el ejecutivo y el ámbito judicial realizan.
Que la ley y los beneficios sean homogéneos, logrando con ello una sociedad menos polarizada entre una inconciencia irresponsable acerca de la obligación de contribuir a la hacienda publica, como parte de la redistribución del ingreso; la inquietud por saber quienes conforman las opciones para representarnos y servirnos, enterarnos de sus propuestas y asistir a depositar nuestro voto, como punto de partida para legitimizar un proceso que en la actualidad es mas un intento de democracia que una realidad hacia la trascendencia de vivir en la misma.
Alzar nuestra voz sin temor y de manera oportuna y pertinente, ante incompetencias y desaciertos que hacen que nuestro entorno cada vez sea más negativo, creando una juventud desesperanzada y cínica.
Cuando voy por las calles y veo en estos días a esos grupos juveniles encamisetados, embanderados y con música, tratando "animar" la política, bailando ritmos ajenos -¿Por qué batucada y no jarana, me pregunto?- ellos ciertamente están recibiendo alguna retribución por su actuar, pero a la vez, están aprendiendo en directo como no se deben hacer las cosas del bien común.
En mi visión debemos de dejar de pensar que el pasado fue mejor, no estemos esperando que regrese algún simulo de Quetzalcoatl, tomemos nuestro destino bajo nuestro control en este momento, y preguntémonos:
¿Qué debo de hacer, primero, para volverme una mejor persona, y entonces evolucionar para lograr ser un mejor ciudadano?
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