Con las limitaciones propias de mi actual condición -favor
de no pensar que la presente condición no hace diferencia a la anterior-
continuaré con una tradición de este espacio: relatar, cerca de sus cumpleaños,
vivencias y recuerdos de personas queridas e importantes en mi vida.
En esta ocasión les compartiré algunas anécdotas entrañables
sobre mi amiga Leticia, no abundo en apellidos (tres por cierto, pregúntense
cuáles) por su perfil profesional; siendo que si se unieran los apellidos a
ciertos recuerdos, sería yo cadáver en menos de lo que ustedes terminan de leer
este cariñoso mensaje.
Me incorporé al colegio Mérida (Jesús María) iniciando el
cuarto de primaria, ese año cercano a los 70´s no sabía yo, ni mi generación
tampoco, que seríamos de los últimos seres antes de la llegada de las generaciones
de los Nintendos y demás artículos perturbadores.
Iniciemos diciendo que es la segunda de tres hermanos, lo
que en psicología la marcaría con ciertos rasgos conductuales, más en su caso
fue y es a la inversa, el estar en medio entre una hermana y un hermano menor
varón, como que logró desviar la atención sobre sus actividades, sumados a su
bajo perfil aparente, en donde no habla, pero su mirada y su lenguaje corporal
lo dicen todo.
Cuando entré a ese salón con decenas de caras nuevas,
rostros pertenecientes a un gran número de seres que vivían, por esos días,
lamentando la partida de una compañera hacía el D.F., no puedo negar que me
sentí más una usurpadora que bienvenida, aclaro, me sentí, porque nadie se
percató de que yo estaba ahí; pude observar y observar, hasta que fui
seleccionando e identificando códigos, personalidades y grupos ,hasta que me
fijé en una compañera, la cual aparentaba no pertenecer a ninguno, pero que a
la vez pareciera que comandaba alguno, aunque no quedaba claro cómo era la
situación.
Dicho personaje portaba un portafolio color café, delgado de
cierre (en esa época no era usual que las “niñas usáramos” portafolios); la
portadora del mismo se sentaba en las filas de atrás y parecía como que
observaba al resto desde su mundo paralelo.
No hablaba mucho, lo hacía solo con algunas pocas allegadas,
pero se notaba que se divertían, aunque no quedaba claro con qué, ni en qué
momento; así mismo, daba la impresión de que se llevaba la vida por montera,
que no estudiaba, pero la realidad es que no dejaba tarea sin entregar, ni
pregunta sin responder.
No se mataba por levantar la mano, pero cuando era requerida
sabía por dónde iba la cosa.
Poco a poco me fui acercando a ese grupo, el cual no era el
más abierto ni amigable a la primera, pero que parecía (como todo lo que dicen
que es pecado) altamente atractivo, logrando ser admitida con ciertas reservas,
con lo que pude ir descubriendo a ese gran ser humano, serio pero
divertidísimo; canijo pero muy bondadoso; fuerte y sensible, que es mi amiga
Leticia.
Ella por esos tiempos no parecía llevar la misma agenda que
los demás, por decir, ella vacacionaba no en Chicxulub o con un breve viaje a
USA o al D.F., como el resto de las niñas “bien” de aquel entonces, no, ella
viajaba con toda su familia desde el mismo día de la entrega de calificaciones hasta
casi la entrada al nuevo curso a los sitios más inusuales para su edad, Europa,
Oriente -me refiero al Japón, No a Tizimín- porque vamos, ciertamente que los
papás de mis compañeras obvio que viajaban a esos sitios, pero no llevaban
consigo, como en este caso, a los niños con ellos cada año.
De ahí que Leticia pudiera “accesar” a artículos y bienes de
otros países que difícilmente pudiéramos conseguir en nuestro medio, bien
porque en aquel entonces hasta una lata de mantequilla azul era “contrabando”,
de ahí que inclusive dichos bienes llegaban a conformar parte de su
personalidad, como unos suecos -de maravillosos recuerdos pero de incómodo
final- porque: ¿Estamos de acuerdo en que nadie usaría suecos de madera de a
diario a menos que fuera hija de familia china y lo que quisieran fuera
tenerles los pies encerrados? y aun así, siendo chinos no lo harían en madera,
sino amarrados y envueltos para que el pie se mantuviera pequeño.
Con ese preámbulo, puedo afirmar (aunque ahora ella lo niega
determinantemente) que el contenido del misterioso portafolio café, eran
revistas no precisamente “Vanidades”, revistas no científicas, que nos
permitieron aprender anatomía antes de llegar a la preparatoria.
Que en realidad, no nos llevaban a pensamientos pecaminosos,
sino que más bien hacia dudas y críticas sobre la belleza de la figura
masculina.
De ahí creo yo que ya se iba perfilando su sentido de la
estética y su amor por el diseño.
La llegada diaria al colegio de las hermanas -ella y su
noble y santa hermana- era todo un ritual, puesto que la entrada en automóvil a
"Villa Rosario" tenía una forma de herradura, los autos por tanto
debían parar por sólo unos nanosegundos para que los niños y niñas fueran
expulsados por cualquier orificio o medio abatible del mismo, y los choferes,
usualmente madres de familia o hermanos mayores, salían disparados para que
pasara el siguiente vehículo; este no era el caso de las hermanas a las que me
refiero, ahí venían muy serias las dos en su vehículo, sentaditas en el asiento
posterior, capitaneadas por un chofer, el cual era odiado y vilipendiado por
madres de familia, familiares y religiosas por igual, pero el hombre -el cual
sospecho que, o era sordo o tenía un entrenamiento militarizado- seguía el
procedimiento aunque el cielo se cayera.
Se bajaba con rapidez pero con formalidad y abría la puerta
trasera izquierda, caminaba apresurado hacia la puerta derecha, retornaba y
abría la cajuela de dónde sacaba dos portafolios los cuales entregaba a cada
dueña de los mismos, cerraba cajuela y portezuelas, procediendo a retirarse en
medio de múltiples sonidos, eso dos veces al día.
Los años fueron pasando y la amistad con Leticia era
francamente indefinible, pues aunque pudiera llevarme con otros grupos, ella
seguía aceptando con cierta displicencia mi presencia intermitente en sus
actividades.
Sobresaliendo el hecho de que durante secundaria y
preparatoria se iban agregando al grupo nuevas compañeras y siempre, las más
traviesas e irreverentes, abiertamente o socavadas, acababan atrás junto a
Lety, pero aclaro, estar ahí no era revolverse, ella siempre se mantenía en ese
invisible status de espacio personal.
Para ese entonces ya era poseedora de un Datsun amarillo
huevo, lo que la hacía privilegiada, pues en esas épocas no era usual que se
tuviera vehículo asignado por la familia a los 14 o 15 años.
Su fiesta de quince años fue celebrada con gran pompa en la
amplia terraza familiar, con el conjunto de moda, con grandes expectativas pues
no era común visitar esa inmensa casa, nunca olvidaré las dimensiones tan
amplias, ni el hecho del privilegio de su cuarto privado.
En uno de tantos viajes, Leticia ya en plena etapa juvenil,
en la cual es cuando había logrado incluir como parte permanente de sus
extremidades los ya mencionados suecos de madera, los que duraron y duraron,
pero que al llegar al Japón decidieron dejar de ser útiles y pasar a
jubilación, provocándole un tremendo torzón de tobillo al bajar por la
escalerilla del avión, lo que ocasionó gran turbación a la familia, y que ella
conociera el imperio de Hirohito a media ala.
De las últimas anécdotas en el colegio, mencionaré lo que he llamado: "La fortaleza de la fe", al estar en primero de prepa en un salón que alguna vez fue de kinder, y que por lo tanto era espacioso, lleno de baños y estratégicamente situado cerca pero no dentro de la estructura del edificio de ese nivel escolar, en pleno recreo, pero dentro del aula, Leticia sacó "la baraja" recién traída de los "yunaites" con la hermosa figura de Snoopy, cartas plásticas de magnifica calidad, para armar un rápido pokarín entre algunas de la banda....súbitamente y debido a que un pajarito cantó, sólo vimos aparecer un brazo que violentamente arrasó con las barajas, recogidas por una mano furiosa y tomando el maso entero, la dueña de esa mano, una religiosa, cubana de nacimiento, las partió en dos con un solo movimiento y mirándonos con ojos refulgurantemente coléricos; aún recuerdo el asombro en nuestras rostros y el latir de mi corazón, al mismo tiempo que pensaba: "¿Cómo las pudo romper?" y a la vez, esperando la reacción de la dueña.
Sobre cómo se rompieron, quiero pensar que fue la "fuerza de la fe" y no el carácter de la religiosa cubana quien era de mecha corta, lo que la llevaba a cometer, eventualmente, ciertos desatinos de actitud.
¿Y la dueña? nada, sólo fue al basurero y las recogió.
Pasados los años, cada quien ha tomado su camino, Leticia se ido forjando dentro de su profesión, la cual es la suma de técnica y arte; desarrollándose con gran capacidad tanto en el sector independiente como en el público, siendo en éste último y hasta donde mis oídos llegan, de quienes han sabido estar para servir y cumplir con eficiencia.
Podría seguir interminablemente describiendo actitudes y actividades que ha desarrollado en su vida, amistades y vivencias que hemos compartido, y otras que solo sé “de oídas”, más creo que lo antes escrito da una idea del por qué Leticia no solo es de esas personas que vale la pena tener cerca en la vida, sino que los momentos, pocos pero memorables, que hemos compartido los últimos años, hacen que la vida se sienta y sepa mejor.
Una carcajada de Leticia provocada por cualquier tema, así sea por alguna “actitud indebida” atribuida por otros a ella misma, es disfrutar el sonido que proviene del corazón de un ser congruente consigo mismo.
De las últimas anécdotas en el colegio, mencionaré lo que he
llamado: "La fortaleza de la fe", al estar en primero de prepa en un
salón que alguna vez fue de kínder, y que por lo tanto era espacioso, lleno de
baños y estratégicamente situado cerca pero no dentro de la estructura del
edificio de ese nivel escolar, en pleno recreo, pero dentro del aula, Leticia
sacó "la baraja" recién traída de los "yunaites" con la
hermosa figura de Snoopy, cartas plásticas de magnifica calidad, para armar un
rápido pokarín entre algunas de la banda....súbitamente y debido a que un
pajarito cantó, sólo vimos aparecer un brazo que violentamente arrasó con las
barajas, recogidas por una mano furiosa y tomando el mazo entero, la dueña de
esa mano, una religiosa, cubana de nacimiento, las partió en dos con un solo
movimiento y mirándonos con ojos refulgurantemente coléricos; aún recuerdo el
asombro en nuestras rostros y el latir de mi corazón, al mismo tiempo que
pensaba: "¿Cómo las pudo romper?" y a la vez, esperando la reacción
de la dueña.
Sobre cómo se rompieron, quiero pensar que fue la
"fuerza de la fe" y no el carácter de la religiosa cubana quien era
de mecha corta, lo que la llevaba a cometer, eventualmente, ciertos desatinos
de actitud.
¿Y la dueña? nada, sólo fue al basurero y las recogió.
Pasados los años, cada quien ha tomado su camino, Leticia se
ido forjando dentro de su profesión, la cual es la suma de técnica y arte;
desarrollándose con gran capacidad tanto en el sector independiente como en el
público, siendo en éste último y hasta donde mis oídos llegan, de quienes han
sabido estar para servir y cumplir con eficiencia.
Podría seguir interminablemente describiendo actitudes y
actividades que ha desarrollado en su vida, amistades y vivencias que hemos
compartido, y otras que solo sé “de oídas”, más creo que lo antes escrito da
una idea del por qué Leticia no solo es de esas personas que vale la pena tener
cerca en la vida, sino que los momentos, pocos pero memorables, que hemos
compartido los últimos años, hacen que la vida se sienta y sepa mejor.
Una carcajada de Leticia provocada por cualquier tema, así
sea por alguna “actitud indebida” atribuida por otros a ella misma, es
disfrutar el sonido que proviene del corazón de un ser congruente consigo
mismo.
Con las limitaciones propias de mi actual condición -favor
de no pensar que la presente condición no hace diferencia a la anterior-
continuaré con una tradición de este espacio: relatar, cerca de sus cumpleaños,
vivencias y recuerdos de personas queridas e importantes en mi vida.
En esta ocasión les compartiré algunas anécdotas entrañables
sobre mi amiga Leticia, no abundo en apellidos (tres por cierto, pregúntense
cuáles) por su perfil profesional; siendo que si se unieran los apellidos a
ciertos recuerdos, sería yo cadáver en menos de lo que ustedes terminan de leer
este cariñoso mensaje.
Me incorporé al colegio Mérida (Jesús María) iniciando el
cuarto de primaria, ese año cercano a los 70´s no sabía yo, ni mi generación
tampoco, que seríamos de los últimos seres antes de la llegada de las generaciones
de los Nintendos y demás artículos perturbadores.
Iniciemos diciendo que es la segunda de tres hermanos, lo
que en psicología la marcaría con ciertos rasgos conductuales, más en su caso
fue y es a la inversa, el estar en medio entre una hermana y un hermano menor
varón, como que logró desviar la atención sobre sus actividades, sumados a su
bajo perfil aparente, en donde no habla, pero su mirada y su lenguaje corporal
lo dicen todo.
Cuando entré a ese salón con decenas de caras nuevas,
rostros pertenecientes a un gran número de seres que vivían, por esos días,
lamentando la partida de una compañera hacía el D.F., no puedo negar que me
sentí más una usurpadora que bienvenida, aclaro, me sentí, porque nadie se
percató de que yo estaba ahí; pude observar y observar, hasta que fui
seleccionando e identificando códigos, personalidades y grupos ,hasta que me
fijé en una compañera, la cual aparentaba no pertenecer a ninguno, pero que a
la vez pareciera que comandaba alguno, aunque no quedaba claro cómo era la
situación.
Dicho personaje portaba un portafolio color café, delgado de
cierre (en esa época no era usual que las “niñas usáramos” portafolios); la
portadora del mismo se sentaba en las filas de atrás y parecía como que
observaba al resto desde su mundo paralelo.
No hablaba mucho, lo hacía solo con algunas pocas allegadas,
pero se notaba que se divertían, aunque no quedaba claro con qué, ni en qué
momento; así mismo, daba la impresión de que se llevaba la vida por montera,
que no estudiaba, pero la realidad es que no dejaba tarea sin entregar, ni
pregunta sin responder.
No se mataba por levantar la mano, pero cuando era requerida
sabía por dónde iba la cosa.
Poco a poco me fui acercando a ese grupo, el cual no era el
más abierto ni amigable a la primera, pero que parecía (como todo lo que dicen
que es pecado) altamente atractivo, logrando ser admitida con ciertas reservas,
con lo que pude ir descubriendo a ese gran ser humano, serio pero
divertidísimo; canijo pero muy bondadoso; fuerte y sensible, que es mi amiga
Leticia.
Ella por esos tiempos no parecía llevar la misma agenda que
los demás, por decir, ella vacacionaba no en Chicxulub o con un breve viaje a
USA o al D.F., como el resto de las niñas “bien” de aquel entonces, no, ella
viajaba con toda su familia desde el mismo día de la entrega de calificaciones hasta
casi la entrada al nuevo curso a los sitios más inusuales para su edad, Europa,
Oriente -me refiero al Japón, No a Tizimín- porque vamos, ciertamente que los
papás de mis compañeras obvio que viajaban a esos sitios, pero no llevaban
consigo, como en este caso, a los niños con ellos cada año.
De ahí que Leticia pudiera “accesar” a artículos y bienes de
otros países que difícilmente pudiéramos conseguir en nuestro medio, bien
porque en aquel entonces hasta una lata de mantequilla azul era “contrabando”,
de ahí que inclusive dichos bienes llegaban a conformar parte de su
personalidad, como unos suecos -de maravillosos recuerdos pero de incómodo
final- porque: ¿Estamos de acuerdo en que nadie usaría suecos de madera de a
diario a menos que fuera hija de familia china y lo que quisieran fuera
tenerles los pies encerrados? y aun así, siendo chinos no lo harían en madera,
sino amarrados y envueltos para que el pie se mantuviera pequeño.
Con ese preámbulo, puedo afirmar (aunque ahora ella lo niega
determinantemente) que el contenido del misterioso portafolio café, eran
revistas no precisamente “Vanidades”, revistas no científicas, que nos
permitieron aprender anatomía antes de llegar a la preparatoria.
Que en realidad, no nos llevaban a pensamientos pecaminosos,
sino que más bien hacia dudas y críticas sobre la belleza de la figura
masculina.
De ahí creo yo que ya se iba perfilando su sentido de la
estética y su amor por el diseño.
La llegada diaria al colegio de las hermanas -ella y su
noble y santa hermana- era todo un ritual, puesto que la entrada en automóvil a
"Villa Rosario" tenía una forma de herradura, los autos por tanto
debían parar por sólo unos nanosegundos para que los niños y niñas fueran
expulsados por cualquier orificio o medio abatible del mismo, y los choferes,
usualmente madres de familia o hermanos mayores, salían disparados para que
pasara el siguiente vehículo; este no era el caso de las hermanas a las que me
refiero, ahí venían muy serias las dos en su vehículo, sentaditas en el asiento
posterior, capitaneadas por un chofer, el cual era odiado y vilipendiado por
madres de familia, familiares y religiosas por igual, pero el hombre -el cual
sospecho que, o era sordo o tenía un entrenamiento militarizado- seguía el
procedimiento aunque el cielo se cayera.
Se bajaba con rapidez pero con formalidad y abría la puerta
trasera izquierda, caminaba apresurado hacia la puerta derecha, retornaba y
abría la cajuela de dónde sacaba dos portafolios los cuales entregaba a cada
dueña de los mismos, cerraba cajuela y portezuelas, procediendo a retirarse en
medio de múltiples sonidos, eso dos veces al día.
Los años fueron pasando y la amistad con Leticia era
francamente indefinible, pues aunque pudiera llevarme con otros grupos, ella
seguía aceptando con cierta displicencia mi presencia intermitente en sus
actividades.
Sobresaliendo el hecho de que durante secundaria y
preparatoria se iban agregando al grupo nuevas compañeras y siempre, las más
traviesas e irreverentes, abiertamente o socavadas, acababan atrás junto a
Lety, pero aclaro, estar ahí no era revolverse, ella siempre se mantenía en ese
invisible status de espacio personal.
Para ese entonces ya era poseedora de un Datsun amarillo
huevo, lo que la hacía privilegiada, pues en esas épocas no era usual que se
tuviera vehículo asignado por la familia a los 14 o 15 años.
Su fiesta de quince años fue celebrada con gran pompa en la
amplia terraza familiar, con el conjunto de moda, con grandes expectativas pues
no era común visitar esa inmensa casa, nunca olvidaré las dimensiones tan
amplias, ni el hecho del privilegio de su cuarto privado.
En uno de tantos viajes, Leticia ya en plena etapa juvenil,
en la cual es cuando había logrado incluir como parte permanente de sus
extremidades los ya mencionados suecos de madera, los que duraron y duraron,
pero que al llegar al Japón decidieron dejar de ser útiles y pasar a
jubilación, provocándole un tremendo torzón de tobillo al bajar por la
escalerilla del avión, lo que ocasionó gran turbación a la familia, y que ella
conociera el imperio de Hirohito a media ala.
De las últimas anécdotas en el colegio, mencionaré lo que he llamado: "La fortaleza de la fe", al estar en primero de prepa en un salón que alguna vez fue de kinder, y que por lo tanto era espacioso, lleno de baños y estratégicamente situado cerca pero no dentro de la estructura del edificio de ese nivel escolar, en pleno recreo, pero dentro del aula, Leticia sacó "la baraja" recién traída de los "yunaites" con la hermosa figura de Snoopy, cartas plásticas de magnifica calidad, para armar un rápido pokarín entre algunas de la banda....súbitamente y debido a que un pajarito cantó, sólo vimos aparecer un brazo que violentamente arrasó con las barajas, recogidas por una mano furiosa y tomando el maso entero, la dueña de esa mano, una religiosa, cubana de nacimiento, las partió en dos con un solo movimiento y mirándonos con ojos refulgurantemente coléricos; aún recuerdo el asombro en nuestras rostros y el latir de mi corazón, al mismo tiempo que pensaba: "¿Cómo las pudo romper?" y a la vez, esperando la reacción de la dueña. Sobre cómo se rompieron, quiero pensar que fue la "fuerza de la fe" y no el carácter de la religiosa cubana quien era de mecha corta, lo que la llevaba a cometer, eventualmente, ciertos desatinos de actitud.
¿Y la dueña? nada, sólo fue al basurero y las recogió.
Pasados los años, cada quien ha tomado su camino, Leticia se ido forjando dentro de su profesión, la cual es la suma de técnica y arte; desarrollándose con gran capacidad tanto en el sector independiente como en el público, siendo en éste último y hasta donde mis oídos llegan, de quienes han sabido estar para servir y cumplir con eficiencia.
Podría seguir interminablemente describiendo actitudes y actividades que ha desarrollado en su vida, amistades y vivencias que hemos compartido, y otras que solo sé “de oídas”, más creo que lo antes escrito da una idea del por qué Leticia no solo es de esas personas que vale la pena tener cerca en la vida, sino que los momentos, pocos pero memorables, que hemos compartido los últimos años, hacen que la vida se sienta y sepa mejor.
Una carcajada de Leticia provocada por cualquier tema, así sea por alguna “actitud indebida” atribuida por otros a ella misma, es disfrutar el sonido que proviene del corazón de un ser congruente consigo mismo.
De las últimas anécdotas en el colegio, mencionaré lo que he
llamado: "La fortaleza de la fe", al estar en primero de prepa en un
salón que alguna vez fue de kínder, y que por lo tanto era espacioso, lleno de
baños y estratégicamente situado cerca pero no dentro de la estructura del
edificio de ese nivel escolar, en pleno recreo, pero dentro del aula, Leticia
sacó "la baraja" recién traída de los "yunaites" con la
hermosa figura de Snoopy, cartas plásticas de magnifica calidad, para armar un
rápido pokarín entre algunas de la banda....súbitamente y debido a que un
pajarito cantó, sólo vimos aparecer un brazo que violentamente arrasó con las
barajas, recogidas por una mano furiosa y tomando el mazo entero, la dueña de
esa mano, una religiosa, cubana de nacimiento, las partió en dos con un solo
movimiento y mirándonos con ojos refulgurantemente coléricos; aún recuerdo el
asombro en nuestras rostros y el latir de mi corazón, al mismo tiempo que
pensaba: "¿Cómo las pudo romper?" y a la vez, esperando la reacción
de la dueña.
Sobre cómo se rompieron, quiero pensar que fue la
"fuerza de la fe" y no el carácter de la religiosa cubana quien era
de mecha corta, lo que la llevaba a cometer, eventualmente, ciertos desatinos
de actitud.
¿Y la dueña? nada, sólo fue al basurero y las recogió.
Pasados los años, cada quien ha tomado su camino, Leticia se
ido forjando dentro de su profesión, la cual es la suma de técnica y arte;
desarrollándose con gran capacidad tanto en el sector independiente como en el
público, siendo en éste último y hasta donde mis oídos llegan, de quienes han
sabido estar para servir y cumplir con eficiencia.
Podría seguir interminablemente describiendo actitudes y
actividades que ha desarrollado en su vida, amistades y vivencias que hemos
compartido, y otras que solo sé “de oídas”, más creo que lo antes escrito da
una idea del por qué Leticia no solo es de esas personas que vale la pena tener
cerca en la vida, sino que los momentos, pocos pero memorables, que hemos
compartido los últimos años, hacen que la vida se sienta y sepa mejor.
Una carcajada de Leticia provocada por cualquier tema, así
sea por alguna “actitud indebida” atribuida por otros a ella misma, es
disfrutar el sonido que proviene del corazón de un ser congruente consigo
mismo.
2 comentarios:
Te agradezco muchisimo estas letras... la del portafolio cafe (con todo y suecos y cartas)
Maravillosas anécdotas..ahora entiendo mucho de el ser de ella.. simplemente la admiro.
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