Texto escrito a nombre de la generación 1977 con motivo del 100º aniversario de la presencia de la Congregación de Jesús María.
En el mes de
septiembre de 1969 llegue al colegio Mérida por grata recomendación e
insistencia de Dña. María Cristina Palma de Patrón, mi mamá tenia cita con la Madre
Elena Escudero para inscribirme en el colegio según se define en las normas
actuales, para “entregarme” según las normas de mi madre.
El arribo a esa
casona me dejo intimidada, existía ahí un aire de solemnidad que me impactaron,
yo venía de un colegio en donde había vivido un sistema mixto desde mi preescolar,
así que mi entrada a Villa Rosario y todo lo que ella representaba me fue
impactante.
La entrevista no la
recuerdo al detalle, solo quedó grabada en mi mente una frase de mi mamá:
“Madre Elena aquí le entrego a Patricia, cualquier asunto que haya que
resolver, por favor lo resuelve usted con ella”, para mi mamá esa era la mejor
manera de indicarnos a mi y al mundo el hecho de que yo era la única y absoluta
responsable de mis actos.
Ingresé al cuarto
de primaria y yo, que ahora me dedico a la docencia, reconozco que tuve la
suerte invaluable de tener como profesora a la señorita Lupita Heredia, mujer
integra, de gran conocimiento y extraordinaria capacidad para el enunciamiento
oportuno de los refranes mas variados, que representaban los juicios mas
profundos e invariablemente adecuados y oportunos a la situación que se fuera
presentando en el salón de clase o en la vida en general.
De mi época en
primaria es imposible no mencionar lo entretenido que fue disfrutar de la
compañía de Maritza Torre y Celina Ruiz y sus ocurrencias para evadir responder
a las preguntas de la señorita Lupita; el portafolio “misterioso” de Leticia
Torres; los juegos de “quemados” en la palapa de kínder, en donde nacieron
varios apodos al calor de los partidos, con estrellas como Vanessa Cantón quien
se prendía con una fuerza y entrega y a la que se le etiquetó por lo mismo como:
“Torito”; la agradable sencillez de Elda Rosa Trava, por quien, en mas de una
ocasión, tuvimos que pasarnos gran parte de tiempo buscando sus pertenencias
especiales, entre el aserrín de la fosa del salto de longitud.
El transporte en el colegio entonces era algo
peculiar también, pues independientemente de los autobuses, estos eran conducidos
por choferes como Natividad (o Don Nato como era conocido), por otra parte algunas
otras éramos transportadas en una camioneta dirigida y capitaneada por la madre
Concepción, ahí viajábamos las alumnas fuera de ruta (aunque yo no entendía en
aquel entonces que quería decir exactamente eso).
“...Señor, que cada vuelta de rueda sea un
acto de amor y reparación, ayuda a los misioneros a caminar, sean por siempre
alabados Jesús y María”, esa era la oración que se rezaba en la camioneta al
cruzar las rejas del colegio para tomar hacia el sur sobre la antigua carretera
a Progreso.
Al ser la última
pasajera de la ruta “de las fuera de ruta”, viví con enorme placer el ser
designada la acompañante Oficial de la Madre Concepción en sus múltiples periplos
al centro de la ciudad para realizar diligencias del colegio. En más de una oacasión viví el intercambio de opiniones entre la religiosa/chofer y algún policía
del centro de la ciudad, en donde se conminaba a la chofer a no seguir
estacionándose en los sitios no debidos.
Muchas estampitas de los mas variados santos quedaron
en manos de policías de tránsito de aquel entonces, como resultado de esos
encuentros, unidos por supuesto a la promesa de que serían (y seguro que lo
fueron) mencionados en las oraciones de la religiosa/chofer; creo firmemente
que mi pasión por el debate y mi firme creencia de poner, en ciertos casos, las necesidades inmediatas
del individuo por encima de las reglamentaciones generales, nació de mis
vivencias obtenidas en esas tournées con la Madre Concepción.
Nuestra generación
vivió una época en que el colegio tuvo como religiosas a mujeres capaces,
preparadas, entregadas en el ejemplo de vida plena, combinando la juventud con
la experiencia como las madres Inés María Llerandi, Pilar del Rio, Cristina
Hawley, Leticia, Carmen Santiesteban y mi ultima superiora, Teresa García
Bernal quien que dejó en mí, una gran influencia por su capacidad de visión acerca
de la formación humana a largo plazo.
La secundaria fue
una época de contrastes, por un lado la Madre Borja era directora y “General de
Estado Mayor” de nuestras vidas escolares, su entereza, pulcritud impoluta y
disciplina han sido apreciadas por muchas de nosotras después de pasados los
años.
Profesores como la
Ingeniera Rocío de matemáticas, cuyo auto era apodado “el mameyito” por su
jacarandoso color; don Carmito profesor de historia, quien sufría como pocos el
alcanzar los borradores que con perversa inocencia se le ponía arriba del
pizarrón; Don Luis Ramírez, también profesor de historia pero en segundo grado; la Srita.
Glorita Sacramento Ávila de geografía y Carmen Cecilia Repetto Tappan de gramática, así como la siempre proverbial señorita Lupita Heredia de Biología,
de quien recuerdo como si fuera este el momento su voz diciendo sus
interminables arengas: “señorita Juanes Cámara, árbol que crece torcido, nunca
su rama endereza”.
Profesores, todo
ellos, que se esforzaron por inculcarnos los conocimientos a pesar del embate de
nuestros años adolescentes.
Mención especial
merece nuestra profesora de artes manuales, quien se desvivía por lograr
desarrollar en nosotras tal habilidad de creatividad y dedicación, sin
desmotivarse en el intento, ante nuestro desánimo y franca displicencia, ella motivaba
y motivaba: “señorita Ancona ¿Dónde está su labor?...respuesta de la
interfecta: “señorita ya le explique a usted que por situación logística familiar
no puedo ir a comprar los elementos para mi labor”.....replica de una profesora
interesada hacia una alumna desobligada:
“Muy bien señorita Ancona yo misma traeré para la próxima clase los
elementos necesarios para su labor”.
Es en esta etapa
cuando se unen a nuestro grupo, queridísimas compañeras como Beatriz Cervera,
Mary Laviada, Berta Elena López, Beatriz “la Gringa” Salazar, Cecilia Marín,
Conchy Sánchez Navarro y Carmen Quintanilla, entre otras.
Aún ahora, al
reunirnos, recordamos aquel gran portafolio color rojo de Berta Elena el cual
al abrirse contenía cual cueva de Ali Baba una cantidad de objetos y golosinas
de los cuales solo teníamos derecho a admirar y de ver como eran utilizados y/o
consumidos por su propietaria.
Inolvidable para mi fueron las
competencias de “sentadas” sobre las marquetas de hielo de la cafetería,
alzando la falda por supuesto, con el fin de saber quien se congelaba primero el trasero entre Cristina
Muñoz y quien esto escribe, así como nuestras primeras fiestas y reuniones con
“muchachos” en casa de Josefina Puerto y Gaby Rodríguez.
La madre Borja
impartía las clases de mecanografía bajo un procedimiento único (a saber), el
que consistía en realizar los ejercicios mecanográficos al ritmo de la melodía
“Tea for two”, mientras nuestras cabezas se encontraban cubiertas con bolsas de
papel de los supermercados KOMESA, en la actualidad tal practica seria
interesante aplicarla con las bolsas de plástico.
También nos
impartía, la Madre Borja, clases de Economía Doméstica, en la cual esa fina dama
nos iba enseñando desde como hacer “correctamente” una cama: sacando su níveo
pañuelo el cual cumplía las funciones de sabana y su libro de español como
colchón; hasta como decorar una casa; la iluminación de la misma, la combinación
de colores, hasta las más finas normas de urbanidad que toda alumna de Jesús
Maria debería de manejar como algo natural.
En los años 70’s
las actividades deportivas del colegio fueron relevantes pues tuvimos un equipo
triunfador de voleibol “de las grandes” como Gena Reyes, Malena Muñoz, Ma.
Eugenia González, entre otras, en donde yo me sentía triunfadora al portar una
chamarra amarilla que servía para dirigir la porra.
Puedo ver ante mí
la final realizada entre el colegio en contra del Teresiano en el Club Campestre
de aquel entonces.
Pero no sólo la
prepa lució en lo deportivo, nuestro grupo de secundaria se distinguió con
resultados sumamente positivos en competencias locales, estatales, regionales y
nacionales, en relevo de 4 x 100, salto de altura, de longitud, bala, jabalina
y disco. Maritza Torre, Celina Ruiz, Reyna Escamilla y Elena Cáceres corrían
como gacelas; Josefina Puerto era un “As” en jabalina; Cristina Muñoz en disco;
Elda Rosa daba lecciones en salto de altura, con gran clase. Yo tuve una brevísima
aparición en el lanzamiento de bala, pues eso de ir al estadio y estar bajo el
sol, nunca será lo mío.
Todo esto bajo la
dirección del profesor Rene Pech Trujillo.
El profesor Pech
supo distinguir en su infinita experiencia, el “aire deportivo” de quienes carecíamos
de todo aire, por lo que creó “con el grupo del desaliento” dos equipos, conformado
por todas aquellas de nosotras quienes no éramos muy hábiles en las actividades
deportivas y cuyo tiempo de práctica del mismo se reducía a las horas oficiales
de deportes; estos equipos desarrollábamos una competencia de un extraño juego denominado
por alguien: “softbol con balón”. Esos partidos pudieron haber hecho historia si se hubiera tomado nota e imagen de los mismos por sus desatinadas y poco
coordinadas jugadas, en donde la mayoría del tiempo el balón se encontraba en
el fondo del patio, y las grandes discusiones por el pobre desempeño de las
participantes, me remonto a los grandes y “sonoros enojos" de la gringa Salazar,
o la cara sofocada de Ana Luisa Ponce.
En dicha actividad pude iniciarme en la práctica del don de la ubicuidad, pues eran tanto los gritos y las acusaciones que yo mientras aprovechaba para irme intercambiando de equipo en equipo, es decir, yo siempre servía o cubría la “tercera base”, bateara el equipo que fuera, siendo que si alguien, dentro de todo ese alboroto me indicaba que yo no era de ese equipo, yo lo negaba firmemente y aseveraba pertenecer al equipo en el que me encontraba en ese momento, obvio procurando de esa manera, el que nunca me tocara a mí ni batear, ni correr las bases.
En dicha actividad pude iniciarme en la práctica del don de la ubicuidad, pues eran tanto los gritos y las acusaciones que yo mientras aprovechaba para irme intercambiando de equipo en equipo, es decir, yo siempre servía o cubría la “tercera base”, bateara el equipo que fuera, siendo que si alguien, dentro de todo ese alboroto me indicaba que yo no era de ese equipo, yo lo negaba firmemente y aseveraba pertenecer al equipo en el que me encontraba en ese momento, obvio procurando de esa manera, el que nunca me tocara a mí ni batear, ni correr las bases.
Esta formación académica
y deportiva se combinaba con la oportunidad de pertenecer a la rondalla,
dirigida por la madre Pilar del Rio, que
reunía alumnas de toda las edades, ahí tuve el placer de compartir con Gladys
Medina Hadad, todas las hermanas Muñoz Menéndez, las hermanas Achach Vargaz,
Rocío Aguiar Sierra, Cinthia Gáber, Marie Simón entre otras.
os después de muchos días de
ensayo.
Ahí lo mío eran las percusiones, a falta de habilidades para la guitarra y mucho menos la mandolina.
Los festivales de navidad y las misas de los primeros viernes eran, para nosotras, una oportunidad de compartir los resultados logrados después de tanto ensayo merecen capítulo aparte.
Los festivales de navidad y las misas de los primeros viernes eran, para nosotras, una oportunidad de compartir los resultados logrados después de tanto ensayo merecen capítulo aparte.
Las aventuras en los hermosos jardines del colegio, con sus grandes y frondosos árboles eran algo tradicional, un reto que tenia que ser superado año tras año, esa planeación
y definición de cual zona sería la atacada, de acuerdo a la preferencia del tipo
de mango y de la “vigilancia” del momento, le proporcionaba ese sabor especial a
los mangos producto de nuestra “cosecha”, recreo a recreo.
Esquivar al fiel
vigilante y la persecución consecuente al pillaje, también formaba parte del
sabor “cómplice” de esos mangos, el gran Tomas, ese fiel jardinero, quien a
veces con su coa, a veces con rociadas de agua proveniente de alguna manguera
que parecía de longitud infinita, nos declaraba la guerra desde el inicio hasta
el final de la temporada de mangos.
Ningún mango
adquirido por vía comercial posteriormente me ha dado el placer que el sabor
que aquellos mangos me dieron.
Cabe confesar que
yo me sentía especial, pues gozaba de “cierta facilidad”, algo que parecía una oportunidad
VIP, al poder ir a la cocina y ser obsequiada por la Madre Ana con un vaso de
jugo de la fruta de la estación, en medio de gran plática sobre las cosas de la
vida...
El paso a la
preparatoria fue un momento difícil de separación, pues algunas de nuestras
compañeras de toda la vida se fueron por distintas opciones de estudio Chury Peniche
y Gina Suárez entre ellas, más la vida nos trajo la oportunidad de conocer a
otras compañeras que sin ocupar el cariño de las ausentes pasaron a formar
parte de nuestras vidas pues nos trajeron nuevos afectos como Danielina
Herrera, Gaby Correa, Teresita Dorbecker, Marisol Peraza, Lina Soberanis, Rocío
Rodríguez, Berta Loret de Mola y en el último año de prepa a Mede Solís.
En esos momentos
históricos de la política en Yucatán cuando nuestro grupo iniciaba la
preparatoria, aprendimos el valor de la convivencia, el respeto y la tolerancia,
pues en un pequeño grupo se encontraban reunidas en un mismo salón de clase las
hijas y sobrina de quienes eran los protagonistas de la agitada e incierta vida
política de nuestro estado en esos tiempos.
A la distancia, me
enorgullezco de haber compartido tanto nuestras actividades escolares como las
extra escolares de una manera tal, que nunca se vio afectado el ambiente sano
de convivencia y complicidad de nuestro grupo.
Terminamos los
estudios en el colegio en el año 1977, y estoy convencida de que gracias a la
influencia de todas las religiosas y profesores que nos acompañaron durante
esos años de formación es que de una
generación de 23 egresadas se pueden encontrar un gran numero de profesionales
universitarias, entre las que se encuentran 6 contadoras publicas, un medica,
una arquitecta, una socióloga, dos químicas, tres psicólogas, dos enfermeras,
todas comprometidas por el bien común y la responsabilidad social, imbuidos por
el espíritu de Jesús María y el ejemplo de quienes participaron en ese proceso
de enseñanza, crecimiento, valores, ideales y convicción de trabajo.
Agradezco a la vida
el haber tenido el privilegio de tener la formación humana y escolar que tuve;
el haber compartido y seguir compartiendo con todas las personas que crecieron
conmigo, así como el orgullo de pertenecer a esta fascinante comunidad denominada
Jesús María.
"Debemos ayudar a las jóvenes a descubrir y a valorar su identidad, a trabajar por los medios posibles en su verdadera promoción, y a hacerles tomar conciencia de la grandeza de la misión de la mujer, misión única e irremplazable en la construcción de la familia y de la sociedad. "
Dina Belanger
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